Existe en la sociedad una connotada idealización de la cultura, que en
su esencia puede definirse como el conjunto de actividades religiosas,
filosóficas, saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social que le
dan sentido al mundo natural; y es que la cultura tiene una estrecha relación
con la educación, toda vez que es un determinante en la formación de individuos
y la circunscribe a su rol de ideal y
costumbres.
En este amplio sentido, la educación es el proceso de socialización
formal de los individuos en la sociedad, permite que las personas compartan sus
ideas, cultura, conocimientos, sentimientos, etc. No siempre la educación se da
en el aula, también la familia, la iglesia, la sociedad y el estado educan, es por eso que la tarea de todos es formar
hombres nuevos, gestados en la vida social y familiar, en un determinado nivel
de cultura, para que sean artífices y protagonistas de su propia historia.
Si tenemos como cierta la anterior premisa podemos afirmar entonces,
que el deber ser de la educación, más allá del saber, trasciende al ser
integral y equilibrado.
Sin embargo, este punto de vista humanista entra en contraposición con
las políticas educativas de hoy que tanto hablan de calidad en la educación. Calidad
que tiene como referentes estándares sustentados en conceptos y teorías, y
menos en valores humanos, calidad medida con pruebas saber y menos con
comportamientos sociales y culturales de respeto mutuo, calidad que desconoce al
ser humano como el centro de la sociedad pero que tiene en primer plano el
dinero, calidad que le pone precio a cada niño y niña en la escuela, que
promueve la competencia desleal favoreciendo lo privado y desacreditando lo público,
y que impone patrones culturales donde unos cuantos centavos son más importante
que la vida misma en cualquiera de sus
expresiones.
Tal vez por eso en Colombia hoy convivimos con hechos de violencias y
masacres, corrupción y privatizaciones, minerías y devastación de la
naturaleza, cárceles hacinadas, congresistas y ex ministros investigados.
No distante de esto, en la guajira se han despilfarrado miles de
millones de regalías, mientras los
ciudadanos de bien contemplamos con rabia como se horada día y noche el corazón
de nuestra tierra, para extraer hasta el último manto de carbón y en alta mar
se extrae el gas para otros pueblos y naciones, porque muchos de los nuestros
aun cocinan con leña o pagamos la más alta tarifa domiciliaria del país.
Y no conformes con ello, se pretende desviar el emblemático rio Ranchería
para extender la explotación así como intervenir el manantial de Cañaverales y
las fértiles tierras del sur a su alrededor.
La pregunta obligada es, ¿que nos depara a los guajiros cuando ya no
quede ningún mineral bajo la tierra o el mar?, ¿Se compadecen los recursos obtenidos
por minería con el daño ambiental y ecológico al que han sometido nuestra
tierra?
Con estas reflexiones quiero resaltar como el capitalismo y la sociedad
de consumo han trasformado la cultura de los pueblos, han manipulado el deber
ser de la educación, han llenado el noble corazón de las personas de codicias. Hoy cobra vigencia el verso de Jorge Villamil en su Oropel en la
que cuestiona la filosofía de la sociedad moderna, “¡Amigo, cuanto tienes cuanto vales!”